Por:
Dr. Alberto Jonguitud Falcón
Psic. Christian Ahued Hernández.
Hablar de salud pública siempre resulta apasionante, considerando que existe una diversidad de enfoques, paradigmas y referencias, para aventurarse al intento de unos de los objetivos ancestralmente perseguidos por la humanidad: el entendimiento de la realidad.
Y es que abordar la complejidad que implica la transición epidemiológica mundial, en la que pasamos de una incesante preocupación social a inicios del siglo pasado por controlar, disminuir y erradicar enfermedades transmisibles, y que posteriormente a través de estrategias muy sólidas en políticas públicas, se han alcanzado dichos objetivos en varios rubros. Ahora estamos viviendo un “boom” en el aumento de la incidencia de enfermedades no transmisibles.
Con base en ello, hablar del grave problema que son las adicciones, consideradas como una enfermedad no contagiosa, y que por otra parte existe suficiente evidencia científica, en el ámbito de las neurociencias, de la psicología y de las ciencias sociales, nos permite plantear con certeza que estamos frente a un padecimiento con determinantes bio-psico-sociales en los individuos.
En ese tenor, podemos decir en primera instancia lo que las adicciones no son:
- No son un problema moral.
- No son un vicio.
- No son transitorias o “pasajeras”.
- No son curables.
- No son un capricho.
De acuerdo a la Dra. Nora Volkow, Directora del National Institute on Drug Abuse (NIDA), máxima institución del Gobierno de los Estados Unidos dedicada a la investigación del problema del consumo de drogas, propone la siguiente definición: “la adicción es una enfermedad crónica caracterizada por la búsqueda y el uso compulsivo e incontrolable de una droga, a pesar de las consecuencias adversas”.
Y refiere que la mayoría de las personas inician el consumo de drogas de manera voluntaria, pero el uso repetido de las drogas puede llevar a cambios en el cerebro que desafían el autocontrol de una persona adicta e interfiere con su habilidad de resistir los deseos intensos de usar drogas. Dichos cambios pueden ser persistentes, por lo cual se considera a la adicción una enfermedad “recidivante” (las personas en rehabilitación por abuso, dependencia o adicción a las drogas presentan riesgos considerables para volver a usar drogas aunque lleven años sin usarlas)
Por lo anterior, tomando en consideración lo que las diversas encuestas a nivel internacional, nacional y estatal nos demuestran, podemos afirmar que el problema va en aumento, tanto en el uso de drogas legales (alcohol y tabaco en México, al día de hoy) así como las ilegales, entre ellas la mariguana y el cristal, que tanto daño están causado al interior del seno familiar, en adolescentes principalmente; pues entre más joven sea el cerebro humano, mayor daño causará el consumo de sustancias (la madurez del cerebro se alcanza aproximadamente a los 25 años de edad).
Así pues, nos encontramos en un escenario actual, en el que el manejo de las emociones, las habilidades sociales, y sobretodo los valores, se han alejado (por mucho) de ser un tema de moda, o siquiera a considerar, por nuestras niñas y niños, adolescentes y jóvenes; e incluso en ocasiones, por los mismos padres de familia.
Ciertamente la revolución tecnológica aunada a la globalización económica, nos ha traído un nuevo fenómeno en la dinámica social, donde la inmediatez (de la información, de los procesos, de las relaciones) es la carta de presentación de la “comunicación”, y que encaja directamente con la impulsividad del cerebro adolescente (ávido de experiencias placenteras y satisfactorias), e inevitablemente se presentan diversos riesgos, y la toma de decisiones se basa en conductas irracionales, que por ser “virales” (en el caso de las redes sociales), se aceptan como adecuadas e idóneas para “agradar” y sentirse “aceptados” en su entorno; un claro ejemplo son los retos para ver quién consume más alcohol en menor cantidad de tiempo (concurso de shots en los antros), sin tener muchas veces la información sobre los graves daños a la salud que esto genera, incluso la muerte.
En conclusión, lo “intransmisible” se está propagando a gran velocidad, transmitiéndose de joven a joven, y sembrando caos en los individuos, parejas, familias y tejido social en general.
Ante ese dramático e innegable panorama, existe Centros de Integración Juvenil, A.C. (CIJ), una institución con más de 50 años de historia, dedicada a la prevención, tratamiento, rehabilitación, investigación científica y formación de especialistas en materia de consumo de drogas.
Su misión es proporcionar servicios de prevención y tratamiento para atender el consumo de drogas, con criterios de equidad, igualdad y no discriminación, basado en el conocimiento científico y formando personal profesional especializado.
Su principal objetivo es contribuir en la reducción de la demanda de drogas con la participación de la comunidad a través de programas de prevención y tratamiento, con equidad de género, basados en la evidencia para mejorar la calidad de vida de la población.
Ante la pertinencia de contar con apoyo psicológico en línea, hace dos décadas se creó el programa CIJ Contigo, el cual se ha consolidado como un servicio de orientación y apoyo psicológico a distancia, destinado tanto a quienes desean cesar su consumo de sustancias psicoactivas, como para quienes desean prevenirlo, y también para la población en general que solicite apoyo psicológico por otros motivos, como episodios depresivos, ansiedad, estrés y riesgo suicida.
Frente a la contingencia sanitaria que México, y el mundo, está enfrentando en 2020, CIJ se suma a los pronunciamientos oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Secretaría de Salud y el Consejo de Salubridad General para hacer frente a la contingencia por COVID-19, para atender la Salud Mental de las y los mexicanos.